LA POLÍTICA: OBLIGACIÓN MORAL DEL CRISTIANO
Mario MENEGHINI
Bitácora Pi, 10 de
diciembre de 2008
Exposición del
autor en la presentación del libro del mismo título. Córdoba, Editorial Del
Copista, 2008
El libro que se presenta, procura
sistematizar la doctrina aplicable en la participación política de los
católicos, según el Magisterio de la Iglesia. Ante la ausencia pertinaz de
muchos laicos católicos en la vida cívica, es necesario tener en cuenta que en
política, como en la física, no existe el vacío. Cuando los buenos ciudadanos
no se ocupan de la cosa pública -decía Sarmiento- son los delincuentes y
aventureros quienes acceden al
gobierno.
El catolicismo posee una doctrina política,
que integra la Doctrina Social de la Iglesia, y, como ésta, es obligatoria para
los bautizados. Nos preocupa, por eso, que desde hace tiempo importantes
intelectuales que profesan nuestra misma fe difundan criterios que conducen a
abstenerse de participar en la vida cívica, poniendo en duda la ortodoxia de
quienes sostenemos lo contrario. La polémica no se limita a las cuestiones
operativas, opinables por definición, sino que incluyen la interpretación de
los principios, sobre los cuales no puede haber discrepancia.
En 2002, la Congregación para la Doctrina de
la Fe, presidida entonces por el Cardenal Ratzinger, promulgó una Nota
Doctrinal sobre la responsabilidad de los católicos en la vida pública. Es el
último documento de la Iglesia sobre esta materia, pero el mismo no hace más
que actualizar el magisterio anterior; baste señalar que cita expresamente
(Ref. 11) las principales encíclicas anteriores al Concilio Vaticano II:
-De León XIII: Diuturnum illud
Immortale Dei
Libertas
-De Pío XI: Quadragesimo anno
Mit Brennender
sorge
Divini Redemporis
-De Pío XII: Summi Pontificatus
Es cierto que una encíclica puede contener
en su texto alguna frase confusa o ambigua, que justifique la duda o la
discrepancia, pero, cuando sobre un mismo tema se expiden del mismo modo
docenas de documentos, de varios Papas, no puede quedar dudas de que se trata
de la doctrina auténtica. En la Nota Doctrinal no existe ninguna contradicción
con las encíclicas citadas, ni con ninguno de los 59 documentos que integran la
compilación de la Biblioteca de Autores Católicos (tomo "Doctrina Política").
En esta oportunidad, voy a resumir el tema
enfocando el análisis en dos párrafos de la Nota Doctrinal:
"(en) las actuales sociedades
democráticas todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los
legisladores y gobernantes" (p. 1).
"generalmente puede darse una
pluralidad de partidos en los cuales pueden militar los católicos para ejercer
su derecho-deber de participar en la construcción de la vida de su país"
(3).
Estas dos frases incluyen los tres ejes de
la polémica actual: la democracia - los partidos - el voto. Uno de las causas
de la discrepancia radica en no distinguir entre lo doctrinal y lo prudencial,
lo que conduce a asignarle a las propias preferencias sobre temas
instrumentales la categoría de principios. La posición rigorista llega a
extremos insólitos; el Profesor Stan Popescu, prestigioso autor, sostiene:
"Durante dos mil años, la humanidad se desarrolló y evolucionó sin
política"; "La filosofía de la política va ligada estrechamente a la
teología del infierno".
El enfoque realista de la política, queda
expuesto en una frase de Ratzinger: "ser sobrios y realizar lo que es
posible, en vez de exigir con ardor lo imposible". Analicemos la posición
oficial de la Iglesia con respecto a los tres ejes mencionados.
Democracia
Distinguidos intelectuales católicos
sostienen que la democracia conduce inevitablemente a la perversión, utilizando
dicho vocablo como si fuera unívoco, cuando es polisémico. El magisterio
condenó el liberalismo político y sus derivados, el mito de la soberanía del
pueblo y la democracia como forma de gobierno. Sin embargo, desde Pío XII
consideró conveniente referirse a la democracia como forma de Estado o régimen
político, que se opone al totalitarismo y procura el bien común, siendo
compatible con cualquier forma lícita de gobierno. Es una manera de designar la
legitimidad de ejercicio y resulta aceptable, si cumple determinados
requisitos. La última formulación se encuentra en la encíclica Centesimus
Annus:
"La Iglesia aprecia el sistema de la
democracia, en la medida en que:
- asegura la
participación de los ciudadanos en las opciones políticas
- y garantiza a
los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes,
- o bien la de
sustituirlos oportunamente de manera pacífica".
Al decir que "aprecia" el sistema
de la democracia, queda en claro que no lo considera el único posible, pero
sí lícito. Coincidiendo con el enfoque
doctrinario, un famoso tratadista de Derecho Constitucional, Bidart Campos,
aporta esta definición: "La democracia es una forma de Estado que,
orientada al bien común, respeta los derechos de la persona humana, de las
personas morales e instituciones, y realiza la convivencia pacífica de todos en
la libertad, dentro del ordenamiento de derecho divino y de derecho natural"
(Doctrina del Estado Democrático).
Partido político
Uno de los aspectos más criticados de la
política contemporánea es el de la representación, puesto que el sistema de
partidos degenera frecuentemente en la partidocracia. Como en tantos campos de
la actividad humana, también en éste la legislación tiende a favorecer
indebidamente a quienes dictan la ley, que son, precisamente, aquellos que se
postulan para los cargos públicos. Pero el instrumento en sí no es
necesariamente malo, y por eso la constitución Gaudium et Spes reconoce que es
conforme a la naturaleza humana que se constituyan dichas estructuras para
agrupar a los ciudadanos, según sus preferencias.
En el mundo contemporáneo, en la casi
totalidad de Estados, existen sistemas pluripartidarios o de partido único; las
pocas excepciones consisten en Estados con gobiernos de facto. Pero, aún en
esos casos, la experiencia del último siglo indica que, luego de períodos
transitorios, se produce el eterno retorno de los partidos. No se ha logrado articular
una forma de convivencia que pueda prescindir de los mismos en la actividad
política. Procurar el reemplazo de los procedimientos actuales de selección de
los gobernantes, constituye un noble esfuerzo, siempre que la alternativa
propuesta sea factible y no una fórmula teórica, para ser aplicada en un futuro
indefinido. Sobre esto escribió Pablo VI: "La apelación a la utopía es con
frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir de las tareas concretas
refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una
coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas" (O.A., 37).
Debe reflexionarse, además, en que hoy más
que nunca la actividad gubernamental es tremendamente compleja y requiere una
formación adecuada, que se adquiere luego de muchos años de estudio y
experiencia. Precisamente, porque no aceptamos la ilusión populista de que
cualquier persona puede desempeñar un cargo público, ni bastan la honestidad y
el patriotismo para gobernar con eficacia, es que pensamos que resulta
imprescindible constituir grupos de hombres con auténtica vocación política,
que se preparen seriamente para gobernar. Y, por ahora, no hay otra vía idónea
que la que ofrecen los partidos, que se fundamentan -o deberían hacerlo- en una
cosmovisión global y elaboran programas con las soluciones que proponen para
cada uno de los problemas que debe afrontar el Estado. De todos modos, aclara
el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que la adhesión de los
católicos a un partido nunca será ideológica sino siempre crítica (573). Por
consiguiente, con esos recaudos, pueden incorporarse a uno, crear uno nuevo, o
simplemente apoyar al que les parezca más confiable.
El voto
Suele mencionarse una frase de Pío IX, para
justificar la ausencia en todo proceso electoral: sufragio universal, mentira
universal. Pese a las objeciones que puedan hacerse a dicho método -que se
aplica actualmente en todos los países-, nunca la Iglesia ha afirmado que
votar, estando vigente dicho sistema, implique una falta; por el contrario,
exhorta a votar como exigencia moral, según se indica taxativamente en el
Catecismo (p. 2240) y en Gaudium et Spes (p. 75). Carece de toda lógica suponer
que dichos documentos se refieren al voto en sentido abstracto, y no a la forma
de votar que rige en el mundo contemporáneo.
Por otra parte, el sufragio universal se
limita a habilitar a todos los ciudadanos a participar en la elección de los
gobernantes, en igualdad de condiciones. No es sinónimo de sistema electoral,
que es el que suele contener aspectos criticables, que impiden una adecuada
representación de la ciudadanía, y que nunca será modificado sin la
participación activa de quienes se oponen a él. Consideramos que no pueden
negarse a intervenir en la vida cívica, por defectuosa que sea la forma actual
de las instituciones. León XIII enseñó al respecto que: "No acuden ni
deben acudir a la vida política para aprobar lo que actualmente puede haber de
censurable en las instituciones políticas del Estado, sino para hacer que estas
mismas instituciones se pongan, en lo posible, al servicio sincero y verdadero
del bien público... "(Immortale Dei, 22).
Hecho el análisis precedente, se advierte
que la empresa de reconstruir el orden social no es sencilla ni fácil, y los
católicos debemos aceptar la guía de la Iglesia, cuya experiencia milenaria
resulta invalorable, sin olvidar que es depositaria de la Verdad. Como
expresaba Chesterton, "no quiero una religión que tenga razón cuando yo
tengo razón; quiero una religión que tenga razón cuando yo me equivoco".
Pues bien, la doctrina de la Iglesia en materia de regímenes políticos, nos
enseña que, en el terreno de las ideas, los católicos pueden preferir uno u
otro, incluso llegar a precisar cuál es el mejor, en abstracto, puesto que la
Iglesia no se opone a ninguna forma de gobierno legítimo. Pero, en cada
sociedad, las circunstancias históricas van creando una forma política
específica, que rige la selección y reemplazo de los gobernantes. Y, como toda
autoridad proviene de Dios, cuando se consolida de hecho un régimen político
determinado, "su aceptación no solamente es lícita, sino incluso
obligatoria, con obligación impuesta por la necesidad del bien común..."
(Au Milieu des Sollicitudes; p. 22, 23, 15).
Si en este siglo se ha producido un
alejamiento de los católicos de la actividad política, ello se debe a un
menosprecio de la misma -la "cenicienta del espíritu", según
Irazusta- y a una cierta pereza mental que impide imaginar soluciones eficaces
para enfrentar los problemas espinosos que plantea la época.
Nunca como hoy la Iglesia ha insistido tanto
en el deber cristiano de actuar en la vida social y política. Llama la atención
la precisión y severidad con que Juan Pablo II advierte que: "...los
fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la
política." (...) Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de
egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del
gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como
también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario
peligro moral, no justifican en lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo
de los cristianos en relación con la cosa pública". (Chistifedelis Laici,
42).
Que no es imposible ni inútil la empresa, lo
demuestra la actuación de tantos dirigentes católicos que, sin renegar de su
fe, trabajaron en este campo en consonancia con el bien común. Mencionaremos
sólo tres casos de políticos del siglo XX, que están en proceso de
beatificación:
-Giorgio La Pira
(Alcalde de Florencia)
-Robert Schuman
(uno de los fundadores de la Unión Europea)
-Julius Nyerere
(Presidente de Tanzania, durante 25 años)
Considero inaceptable, entonces, la actitud
de algunos distinguidos intelectuales de negarse a participar en la vida
cívica, por considerar cuestionable la misma Constitución y el sistema
electoral que de ella deriva, y promover la abstención como única conducta
válida para quienes rechazan la teoría de la soberanía popular. Por el
contrario, la obligación moral de participar será tanto más grave, cuanto más
esenciales sean los valores morales que estén en juego.
Estimo que sostener en vísperas de toda
elección que es inútil y hasta una falta moral ejercer el voto, pues todos los
candidatos son malos y todos los programas defectuosos, revela una apreciación
equivocada de la actividad política.
Para cada sociedad política, pueden existir,
simultáneamente, tres concepciones del régimen político: el ideal, propuesto
por los teóricos; el formal, promulgado oficialmente; y el real -o constitución
material-, surgida de la convivencia que produce transformaciones o mutaciones
en su aplicación concreta. De modo que negarse a reconocer una constitución
formal, implica, a menudo, enfrentarse con molinos de viento, limitándose a un
debate estéril, porque, además, no se tiene redactada la versión que se
desearía que rigiera.
Si, como afirma Aristóteles, es imposible
que esté bien ordenada una polis que no esté gobernada por los mejores sino por
los malos, resulta imprescindible la participación activa de los ciudadanos
para procurar seleccionar a los más aptos y honestos para el desempeño de las
funciones públicas. Nos alienta a continuar en el arduo camino de servir al
bien común, con los instrumentos disponibles, el consejo de Santo Tomás Moro,
Patrono de los Gobernantes y los Políticos: "La imposibilidad de suprimir
en seguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como
razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la
tempestad, porque no puede dominar los vientos".